Aranjuez es el término más meridional y el segundo en superficie de la región (186,7 km2), circundado por municipios castellanos-manchegos pertenecientes a las comarcas de La Sagra y de la Mesa de Ocaña. Sus límites geográficos forman una amplia y característica lengua que sigue el discurrir de las domesticadas aguas del Tajo por su margen izquierdo, hasta penetrar en las lozanas y nobles tierras de Toledo.En el contexto de la meseta castellana, caracterizada por un clima mediterráneo con tendencia continental y por la escasez de áreas boscosas, en buena parte sustituidas por extensos cultivos de secano, Aranjuez surge como una isla pertrechada de frondosa vegetación, con extensos sotos y bosques ribereños, gracias a la abundancia de agua y a la fertilidad de los suelos sedimentarios del valle, en contraste con las parameras circundantes. A la frondosidad original se añadió un extenso sistema de regadíos, del que nacieron huertas y jardines que enriquecieron el entorno vegetal, y caminos, puentes y diversas infraestructuras que dotaron al conjunto de una gran accesibilidad.La historia de este territorio está plagada de encuentros de culturas. Por sus fecundas tierras han pasado carpetanos, visigodos, romanos y árabes. Perteneció en la Edad Media a la orden militar de Santiago, cuyos maestres instalaron un primer palacio entre bosques repletos de caza mayor y menor. La condición de Real Sitio parte de los Reyes Católicos (s. XV), quienes anexionan todo su territorio a la corona; aunque será Felipe II (s. XVI) el encargado de hacer realidad uno de los de viejos sueños de su padre, el emperador Carlos V, al promover y engrandecer las reales instalaciones palaciegas hasta el punto de convertir Aranjuez en una de sus residencias preferidas. Felipe II desea fervientemente la creación de uno de sus mayores proyectos: Aranjuez. Tanto es así que él mismo daba instrucciones precisas sobre la necesidad de trazar las calles a escuadra, y decidía sobre detalles paisajísticos, como quedó explícito en algunos de sus mandatos: “que se vea la calle desde la puente y desde la calle la puente”. Comienza en esta época el plantío de árboles. Es bien conocida la afición jardinera que tuvo Felipe II. Tal vez por ello, en el diseño, creación y ejecución de las obras trabajaron los mejores jardineros españoles y extranjeros de la época, mandados traer expresamente por el rey. Así fue como en aquella época se creó el primer jardín botánico que se conoce en Europa, instalándose un centro pionero en experimentación y aclimatación de especies vegetales de origen tropical. Aquí se plantaban las semillas, árboles y arbustos traídas de las Indias por los expedicionarios de la época. Felipe II empieza este proyecto siendo príncipe heredero y lo continúa siendo ya rey. Al principio trata de llevarlo a cabo con los arquitectos que tiene, principalmente Luis y Gaspar de Vega, que son quienes trazan las primeras calles arboladas (Reina, Madrid y Entrepuentes); pero el proyecto implicaba mucho trabajo y resultó de una gran complejidad (problemas con los ríos, necesidad de crear obras hidráulicas, trazados en gran escala...).
La necesidad de combinar lo práctico con lo bello y la obligación de crear concepciones de alto valor paisajístico suponen un reto muy ambicioso, que obliga al monarca a mandar traer, en 1560, a Juan Bautista de Toledo, arquitecto encargado de todas las disciplinas, en las que también trabajaron hombres ilustres de la ciencia como Juanelo Turriano, Pedro Esquivel, Francesco Sittoni o Pacciotto. A la muerte de Juan Bautista de Toledo en 1567, sería Juan de Herrera quien se encargaría de la obras. Y fue durante la supervisión de estos dos arquitectos cuando se trazaron las huertas de Picotajo y Doce Calles, el jardín de la Isla, la huerta de Arriba (precedente del jardín del Príncipe), etc.; y se hicieron obras tan importantes como la presa de Ontígola, el canal del Embocador (hoy Azuda), la ampliación del canal de las Aves, la Casa de la Destilación y la navegación de una parte del río Tajo. El descubrimiento de América supone un cambio de rumbo en la investigación botánica en España, puesto que nuestros mejores botánicos del Renacimiento se interesan más por la floresta descubierta en el nuevo mundo que por la propia. Así, los grandes estudiosos de esta ciencia se vuelcan completamente en el estudio de la flora americana, y algunos de ellos incluso forman parte de las grandes expediciones botánicas llevadas a cabo durante dicha época (se puede mencionar de manera expresa a Francisco Hernández como extraordinario precursor de las expediciones). Casi todos ellos han dejado escritos tratados de las nuevas especies de plantas descubiertas, y fueron capaces de traer en barco muchas de ellas para ser plantadas en los parterres de diversos jardines reales preparados para laocasión, como los de Aranjuez, para deleite de los propios reyes, nobles y cortesanos. Aun así, las primeras herborizaciones y principales recolecciones de plantas, frutos y semillas tienen lugar durante todo el siglo XVIII, en pleno reinado de Carlos III. El 8 de abril de 1777, el rey expide, desde el palacio de Aranjuez, cuatro mandamientos para que dos botánicos, Hipólito Ruiz y José Pavón, y dos dibujantes, José Brunete e Isidro Gálvez, “pasen al Reino del Perú”.“Por cuanto conviene a mi Servicio, y bien de mis Vasallos el examen y conocimiento methodico de las producciones Naturales de mis Dominios de América, no solo para promover los progresos de las ciencias Phisicas, sino tambien, para desterrar las dudas, y adulteraciones que hai en la Medicina, Pintura y otras artes importantes, y para aumentar el Comercio, y que se formen Herbarios de productos Naturales, descriviendo y deliniando las Plantas que se encuentren en aquellos mis fertiles Dominios para enriquecer mi Gavinete de Historia Natural y Jardín Botánico de la Corte...”.
Los resultados de la expedición al Virreinato del Perú (1777-1788) se exponen en la obra “Flora Peruviana et Chilensis”. Pero en pleno siglo XVIII, muchos fueron los expedicionarios ilustrados que dedicaron su vida a la recolección de nuevas plantas para incorporarlas a las colecciones botánicas de la realeza española: Real Expedición Botánica a la Nueva España (1787-1803), Expedición Malaspina (1789-1794), Expedición de Límites al Orinoco (1754-1781), Real Comisión de Guantánamo del Conde de Mopox (1796-1802) y, posiblemente la más prolija, Real Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada (1782-1808), encabezada por Celestino Mutis, quien envió a Linneo una remesa de material de historia natural donde se incluía la planta llamada Mutisia clematis, un bejuco con hojas compuestas y tomentosas, zarcillos y capítulos, caracteres raros en tal combinación. Por ello, al verla Linneo, exclamó: “¡Jamás he visto una planta tan particular!, su flor es de singenesia, presenta zarcillos, las hojas son compuestas y tomentosas, el hábito es de clemátide; ¿quién había visto una planta semejante en este orden natural?, la llamaré Mutisia, y su nombre inmortal el tiempo no lo podrá borrar”. Esta frase famosa de Linneo hizo célebre a Mutis. Otro de los personajes sobresalientes de esta expedición fue el dibujante Francisco Javier Matís, a quien el mismo Humboldt calificó como “el mejor pintor de flores del mundo” y le dedicó un género: Matisia cordata.
Desde 1817, los resultados de los trabajos de esta última Expedición Botánica permanecen guardados en el Real Jardín Botánico de Madrid. Durante el reinado de la dinastía de los Austrias, hubo una política según la cual se prohibía que el conocimiento relativo a los recursos naturales de las colonias de ultramar fueran divulgados fuera de la corte y pudiesen ser explorados y usados por otras potencias. El primer Borbón nacido en España fue Luis I, que reinó en 1724, desde enero hasta agosto. Carlos III fue el mayor impulsor de las políticas de ilustración en España, pues no en vano de joven estudió Botánica. En un célebre retrato de Rank aparece aún infante frente a los libros de botánica y analizando algunas flores con la ayuda de una lente.
Se tiene noticia de que en los jardines y vegas de Aranjuez se tenían en semilibertad numerosos mamíferos exóticos. Así, por ejemplo, se sabe que allí, entre 1773 y 1778, vivieron varios elefantes traídos de Filipinas, algunos de los cuales, cuando murieron, fueron disecados y expuestos en el Real Gabinete de Historia Natural en Madrid, así como búfalos. Ya en época de Clavijo, en 1798, segundo director que fue del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, se poseían numerosas muestras de minerales de Aranjuez; y de 1819 data un catálogo que enumera hasta 62 muestras de “maderas, semillas y raíces” procedentes de esta comarca (Barreiro, 1944).
Tampoco hay que olvidar la Expedición de Juan de Cuéllar a Filipinas(1785-1795), entre otros motivos porque Juan de Cuéllar nació en Aranjuez, y era descendiente de jardineros y boticarios que trabajaron en su palacio durante varias generaciones. En 1792, se crea el Jardín Botánico y de Aclimatación de La Orotava. El encargado de llevarlo a cabo es el marqués de Villanueva del Prado por orden del rey Carlos III, para establecer en Tenerife los plantíos que permitieran aclimatar algunas especies procedentes de América y Asia, ya que los ensayos realizados con estas en los reales jardines de Aranjuez y Madrid no deparaban los éxitos esperados debido a los rigores del invierno. Aranjuez es conocido por ser uno de los municipios de estancia favoritos de los reyes: tanto austrias como borbones pasaban largas temporadas en un palacio hecho a capricho para disfrute de sus anfitriones, pero también para agasajar e impresionar a sus nobles invitados; pero más allá de sus moradas reales, este real sitio mantiene casi impolutos sus afamados paisajes y soberbios jardines, célebres en todo el mundo. Los jardines de Aranjuez son un testimonio armónico creado para realzar las construcciones palaciegas, pero su trazado y grandiosidad les ha valido fama mundial. La planificación del trazado de la Villa de Aranjuez corresponde a Santiago Bonavía, y lo hace con un urbanismo ordenado, con calles amplias y arboladas formando cuadrículas, algo bastante poco habitual; este hecho provocó que se acuñara la frase de que “Aranjuez fue dibujado primero y construido después”. Las grandes avenidas dispuestas en tridente al estilo de Versalles, ya en época de Fernando VI, conjuntamente con la plantación de dobles alineaciones de árboles a ambos lados de las calles supone todo un lujo en el escenario paisajístico y jardinero que incluso hoy no pasa desapercibido; estos soberbios paseos eran bien visibles desde las habitaciones palaciegas y dotaban de una gran belleza y vestían de majestuosidad a todo el entorno.
LOS JARDINES DE ARANJUEZ Y SUS CREADORES
Aunque son muchos los jardineros que han intervenido en los diseños, los trazados y la elección de las especies botánicas plantadas en los reales jardines de Aranjuez, es de justicia reconocer el trabajo y dedicación de la familia Boutelou, saga de jardineros suizos que fueron llamados a España por Felipe V (Guillot, 2006). Desde su llegada a nuestro país estuvieron vinculados a los jardines reales de Aranjuez y de la Granja de San Ildefonso, siendo los diseñadores de algunos de ellos y responsables de la aclimatación de plantas exóticas como las que introdujo Pablo Boutelou en 1780: la sófora del Japón (Sophora japonica) y el mole (Schinus molle) (Salgueiro & Talavera, 1998). El jardín de Príncipe nace de un encargo realizado, en 1772, a Pablo Boutelou por Carlos IV, aún príncipe de Asturias, para que unificase y diera nuevo trazado a unos terrenos dedicados a huerta por Fernando VI, ubicados en la proximidad al real palacio de Aranjuez; a los que se añadieron un antiguo parque, conocido como “jardín de los negros”, dedicado al cultivo de flores y frutales de espaldera, y un embarcadero y su jardín anexo, conocido como “el Sotillo”- también levantado en tiempos de Fernando VI-. Los primeros planos, de cierta influencia paisajista pero en los que pesa aún la antigua estructura hortícola, son obra de Pablo Boutelou. A él se debe la ordenación del sector oeste del jardín, terminada en 1784. Después, las obras se extendieron al sector oriental, y en ellas es manifiesta la intervención de Juan de Villanueva (1731-1811), quien dio al espacio las bases generales de la forma con que ha llegado hasta nosotros.Otros personajes importantes fueron sus hijos Claudio y Esteban Boutelou, quienes de jóvenes estudiaron, pensionados por la Casa Real española, en París y Londres, donde conocieron a los botánicos más importantes de la época (Lamarck, L’Heritier y Smith entre otros) y trabajaron en algunos de los mejores jardines de dichas ciudades. Ambos, tras su regreso a España, se ocuparon del jardín botánico de Madrid y de los jardines de Aranjuez respectivamente.Pero no solo jardineros han plasmado su impronta en los idílicos paisajes de Aranjuez; sino que también afamados ingenieros y arquitectos como Juan Bautista de Toledo, Juan de Herrera y Juan de Villanueva dejaron en herencia sus mejores trabajos e ingenios. Todos ellos han contribuido a llenar de magia y esplendor el paisaje que rodea este municipio, que ha inspirado a grandes artistas, como el pintor Santiago Rusiñol y el compositor Joaquín Rodrigo, quienes encontraron la inspiración para crear sus mejores obras: lienzos y partituras fueron concebidas para transmitir el sentimiento que les proporcionaba los olores, sonidos y colores de este genuino paraíso a las puertas de Madrid.La conjunción entre naturaleza y artificio propicia al visitante una sensación de profunda calma y, a la vez, de admiración ante una perspectiva difícil de ver en otras ciudades. Se construyeron diques, estanques y lagunas, se concibió un sistema de riego por gravedad y de elevación de las aguas para alimentar las fuentes que pueblan los jardines, se idearon parterres floridos y laberintos vegetales donde era fácil perderse, se perfilaron las trazas maestras en el diseño... Todo ello ha dado lugar a un conjunto paisajístico único e irrepetible. Los cálculos hidráulicos son tan precisos para aquella época que hoy dejan perplejo a cualquier experto en obras hidráulicas e hidrología (González Granados, 2000). Una breve descripción y paseo por cada uno de los principales jardines que componen este entramado forestal y jardinero nos conduce a:
JARDÍN DEL PRÍNCIPE
No se puede afirmar que el jardín del Príncipe deba su origen a Fernando VI. En este espacio había huerta y jardín desde el s. XVI, denominada “Huerta de Arriba o de los Árboles”, que llegó a estar perimetralmente cercada. En el s. XVII se ajardina y se incluyen fuentes. En estos tiempos, reinando Fernando VI, este jardín se cerca por la calle de la Reina mediante una suntuosa verja y se rodea con foso. Entonces se le llama jardín de la Primavera. En el mismo se crea, por iniciativa de Farinelli, una calle que lleva a un embarcadero con su pabellón. Este momento puede considerarse como el precedente del actual jardín del Príncipe. Otros autores citan a Carlos IV, siendo aún príncipe de Asturias, es decir, en el reinado de Carlos III, como el rey que decide ejecutar el llamado jardín del Príncipe, proyecto muy ambicioso que no pudo completarse por los acontecimientos de 1808. Se puede decir que el jardín del Príncipe fue el objeto y fin de las colecciones botánicas vivas, manteniendo, durante un tiempo, competencia y aun supremacía con el recién creado Real Jardín Botánico de Madrid. Aquí se trajeron los primeros canelos que llegaron vivos a Europa gracias a Cuéllar. El jardín del Príncipe, con una extensión de 145 ha, está delimitado por el río Tajo y una de la calles más emblemáticas de Aranjuez: la calle de la Reina, arteria custodiada a ambos lados por una doble alineación de enormes plátanos bicentenarios que coronan a más de 40 metros de altura y que tiene un extraordinario valor paisajístico e histórico. En esta “oda jardinera” se integra el resumen de la historia paisajística de las principales monarquía europeas y de otros lejanos países; así, podemos admirar representaciones de jardines renacentistas, árabes, barrocos, afrancesados, de estilo inglés e incluso con un marcado sabor oriental. Posiblemente sea uno de los jardines donde las diferentes texturas vegetales y los marcados contrastes estacionales evidencien más las diferencias cromáticas cada cambio de estación: desnudos en invierno, de un verde iridiscente en primavera, pasan a una tonalidad verde oscura en verano y se tornan de un esplendoroso amarillo anaranjado en otoño, una de las estaciones preferidas por los visitantes. Una parte del jardín, con aspecto asilvestrado, hace sumergirse al andante en un evocador sueño dentro de una enmarañada floresta llena de una exuberante vegetación. Como bien dice uno de los expertos botánicos conocedor como nadie de las intrigas taxonómicas de las especies que pueblan este jardín: “en este jardín está encerrado el mundo” (Fe Hernández, 1999).
JARDÍN DEL PARTERRE
Este jardín flirtea caprichosamente frente a los balcones y ventanas del palacio real en su orientación este. Está formado por borduras y enrevesadas filigranas vegetales que encierran parterres floridos que, a su vez, dibujan sugerentes contornos y formas geométricas que acarician las fuentes monumentales visibles desde cualquier punto de este jardín, estanques y chorros de agua que apuntan al cielo entre una atmósfera tan mística como elegante. Llama la atención la mezcolanza de aromas del río y la suave fragancia que expelen las flores de los magnolios próximos al Tajo. El jardín del Parterre tiene un origen borbónico (Felipe V), hecho poco después que el Parterre del Retiro, en Madrid, y contemporáneo de alguno de los parterres de La Granja. Sus diseñador fue , y el ejecutor, Esteban Boutelou (el primero de la saga, jardinero de La Granja) fue quien a la postre lo plantó. Su especial ubicación, ya que está rodeado por el río, y los edificios que lo custodian: Casa Oficios y Palacio, hacen de este jardín uno de los más visitados y bellos de Aranjuez.
JARDÍN DE LA ISLA
El jardín de la Isla es el máximo exponente del jardín renacentista en España, ya que conserva el trazado original del s. XVI, aunque fue modificado en el reinado de Felipe IV y se incluyeron los dibujos de boj en el s. XVIII. El trazado es de Juan Bautista de Toledo. Como bien define su nombre, se trata de un jardín aislado y confinado por el río Tajo. Mezcolanza de luces y sombras, conjunción de infinitos matices de color, alternancia de vegetación ripícola y exótica. Bronces y blancos mármoles dan vida a inmóviles y mudos personajes mitológicos que saborean el discurrir del tiempo despertando al alba y escondiéndose tras la noche. Juegos de agua que emanan de las gráciles fuentes y sutiles cascadas que evocan el susurro de la creación. Enrevesados laberintos cortesanos que propician la diversión y sugieren lo inesperado. Enormes árboles tamizan la luz, y como decía Simón Viñas en 1890: “En este jardín, ni el más fuerte sol canicular puede vanagloriarse de promover el sudor a los visitantes...”.
ESPECIES BOTÁNICAS
Todos estos jardines albergan una inmejorable colección botánica, no sólo en el número de especies, subespecies, variedades, singularidad o rareza de algunas de ellas, sino que además se encuentran aquí algunos de los ejemplares más altos: superan los 50 m de altura, y algunos de los árboles ornamentales más longevos de España (en consonancia con su especie), que alcanzan los 260 años. Con un inventario que eleva a más de 400 las especies botánicas arbóreas y arbustivas presentes en estos vergeles patrimoniales, y son 28 los árboles catalogados como singulares por la Comunidad de Madrid, entre los que destacan: pacano (Carya illinoensis), ahuehuete (Taxodium mucronatum), palmera chilena (Jubaea chilensis), guayacán de Virginia (Diospyros virginiana), árbol del estoraque (Liquidambar orientalis) y plátanos (Platanus orientalis, P. occidentalis y P. x hispanica). Otras especies con un destacado interés son: castaño de Indias de flor amarilla (Aesculus flava), castaño de Indias de flor roja (Aesculus pavia), almez de azúcar (Celtis laevigata), macasar (Chimonanthus praecox), espino escarlata (Crataegus pedicelata), árbol de San Andrés (Dyospyros lotus), guilandina (Gymnocladus dioica), tulipero de Virginia (Liriodendron tulipifera), naranjo de los osages (Maclura pomifera), magnolio (Magnolia stellata), metasecuoya (Metasequoia glyptostrobioides), árbol del hierro (Parrotia persica), paulonia (Paulownia tomentosa), pino de Calabria (Pinus brutia), tilo plateado (Tilia tomentosa), zelkova japonesa (Zelkova serrata)...
ARANJUEZ, PAISAJE PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD
La convención de Patrimonio Mundial resalta que “Los paisajes culturales representan la obra combinada de la naturaleza y el hombre. Los mismos ilustran la evolución de la sociedad y los asentamientos humanos en el transcurso del tiempo, bajo la influencia de las restricciones físicas y/o las oportunidades presentadas por su ambiente natural y de las sucesivas fuerza sociales, económicas y culturales, tanto internas como externas”. Aranjuez fue declarado por la UNESCO en 2001 Paisaje Patrimonio Cultural de la Humanidad como premio a la excelencia de todo un entorno natural de inigualable belleza que el hombre, a través de su historia, ha sabido realzar para disfrutar de él como en contadas ciudades del mundo. Pocas palabras pueden definir la llegada del otoño en el interior de los jardines. Allí donde se difumina la frontera entre la mano del hombre y la mano del tiempo se encuentra el resurgir de la naturaleza (González Granados, 2000). Una visita a Aranjuez y todo su entorno es de obligado cumplimiento. Personalmente, como forestal y enamorado de este grandioso entono natural y espectáculo paisajístico, se lo recomiendo a todos. ¡No se lo pierdan!
Fuente: José González Granados - Revista Floresta.